Cuando comenzaron a llover violetas sobre la ciudad, el Teócrata proclamó en su homilía que había llegado el fin de los tiempos y había que prepararse para el juicio final.
Después, se encerró en su alcoba, llamó al confesor y se dispuso en su lecho a bien morir, ajeno al secretario de estado que peleaba contra los guardias de corps para comunicar que un avión con destino al mercado de flores de Ámsterdam había perdido su carga.